¿Veis la foto? A mi ya me conocéis, pero os voy a hablar del que está a mi lado.
Resulta que mis amigos de Facebook me mandan la foto, tomada hace seis años, cuando mi vida parecía controlada y bien encauzada, es decir, todo estaba tranquilo. La foto me pareció original en su momento, y así la traté, como algo “singular” y “original”, bonita para la galería.
Pero hoy, jueves, con el día tan precioso que hace, tomando mi café diario en la Cafetería San Antonio, después de dejar a mis hijos Claudia y Fernando en el colegio, vi la publicación “privada” en Facebook que decía: “Tal día como hoy hace seis años…” y mi foto.
En ese momento, desconozco por qué, empecé a pensar en mi compañero de foto, el motor, y me vino a la mente una historia, su historia, y lo que me contó en una conversación que quizás nunca tuvimos, o sí.
Motor, que así lo llamo, empezó su historia contándome que, cuando lo construyeron, tenía una función específica, muy detallada, con una tecnología de diseño de alta ingeniería, complicada, y con un objetivo único. No me dijo más, porque me imagino que entendió que los demás detalles eran obvios.
Motor me contó que todo el mundo sabía cuál era su función, así como todo el mundo sabía, incluso él mismo, cuál era su final, el final de su vida útil. Nadie tenía duda alguna sobre este aspecto de su existencia, era un hecho.
Él sabía que cuando ya no fuera eficiente, cuando su garantía de tiempo (3 años) o kilómetros (50.000Kms) venciera, iba a ser apartado, sería un problema a solucionar por su contaminación, los insumos que necesitaba para trabajar, cada vez menos amigables con el medio ambiente, etc. Motor no luchaba contra ello, no había opción, era lo que era, lo había aceptado.
Pero un día, su dueño tomó decisión de vender la moto de la que formaba parte, por un precio irrisorio, pues ya daba problemas que comprometían su cometido, desplazarse con garantías. La persona que estaba interesada en comprar no era para nada un motero, de hecho, para sorpresa de Motor, sólo se interesaba por él y en el mantenimiento que había recibido todos esos años que, todo hay que decirlo, fue excelente. Motor estaba en perfecto estado físico para “su edad”, tuvo una buena vida. El resto de la moto no tenía valor para esta persona.
Motor me confesó que llegó a pensar que su nuevo dueño, por el precio que pagó, iba a desguazar la moto entera y venderla por partes, que es algo normal en estos casos, y sacar un beneficio a la “extraña” inversión que había hecho.
Pues bien, Motor siguió con su relato acerca de cómo el nuevo jefe lo colocó en su taller sobre una mesa de aluminio, en un lugar donde no había ni un solo vestigio de más motores como él. Por lo visto su nuevo dueño pasó días únicamente observándolo, sacando piezas a Motor arreglándolas, o cambiándolas por otras que no había visto nunca, pero que estaba seguro no servirían si quería que más adelante transportara la estructura de una moto nueva, o donde fuera que quisiera colocarlo.
Con el tiempo Motor se percató de que su dueño lo miraba de otra manera, y que siempre consultaba unos apuntes que llevaba constantemente a su lado.
Motor, para no hacer la historia larga, aunque había cerveza por medio, me contó que su dueño lo reconstruyó, renovó su apariencia externa y cambió la interna, aunque seguía con tubos, tornillos, abrazaderas, gas, líquidos y demás. Como todos esos elementos ya los conocía de su anterior trabajo, no se sintió muy extraño, pero sí intrigado.
Al cabo de un par de meses, Motor ya sabía cuál iba a ser su nueva función, su dueño lo había transformado en un grifo de cerveza para su Taberna Irlandesa, siendo la estrella, la joya de la corona. Ahora tenía mejor aspecto que cuando era motor de combustión. Estaba limpio y en vez de ruido, a su alrededor había música, personas charlando tratando de arreglar el mundo o simplemente sus vidas, siempre un buen ambiente.
Motor me dijo que su dueño había sorprendido a todo el mundo al ver en él no un final, sino un comienzo. Buscó otra forma de hacerlo útil, eficiente, atractivo y rentable con algunos cambios internos, que sólo él vio posible hacer en Motor con su visión innovadora. Ahora nadie sabía cuál era el final de su vida útil, aunque entre risas él la llamaba “vida re-útil”, y pasó a tener una esencia original, admirable, singular y de alguna manera también se podía entender como una obra de arte.
En ese momento me miró (como sólo puede mirarte un motor-grifo de cerveza) y me dijo:
“¿Sabes por qué pasó todo esto? –Estaba claro que no tenía la más mínima intención de dejarme contestar– Porque alguien me miró de manera diferente, rompió con los paradigmas y creencias establecidas e hizo cambios en mi interior que me llevaron a ser útil para otras cosas, dándome una segunda oportunidad y alargando mi vida útil, mi autoestima (recuerden que es un motor, no lo tomen al pie de la letra) y abriendo ante mi un nuevo horizonte profesional. Al final de todo, hago cosas diametralmente opuestas a las que hacía antes, y las hago bien, porque alguien creyó en mi, vio potencial de cambio, me ayudó a afrontar el cambio, y me dio una segunda oportunidad. ¿Te sirvo otra cerveza?”
Rehusé la invitación porque, aunque había tomado sólo una pinta de cerveza negra, mi preferida, ese día debió estar muy fuerte, pues un motor-grifo de cerveza me acababa de contar su historia. Suficiente por hoy.
¿Cuántas personas pasan frente a nosotros a las que podríamos ayudar a cambiar y no lo hacemos? ¿Y cuántas han pasado queriéndonos ayudar a las que hemos ignorado? Ahí esta la diferencia entre ser un motor en un desguace después de años de arduo trabajo, o un “motor–lo que sea…” con una segunda oportunidad.
No dejemos pasar las oportunidades de cambio, siempre seremos motores, siempre podemos reinventarnos.
Tómense una chelita a la salud de Motor y su dueño. O no.