¿Qué haces Aquí?

Como abogad@: ¿Estás saboteando tu comunicación? ¿Hablas el idioma de tus clientes? ¿Sabes transitar de lo técnico a lo humano?

Como profesional del derecho, te invito a repensar la forma en que te comunicas con tus clientes. Sabes muy bien que en el mundo legal, lleno de tecnicismos y formalismos, es fácil caer en errores que alejan a quienes más dependen de tu asesoramiento. Einstein dijo:

“Si no puedes explicar o comunicar algo utilizando un lenguaje que un niño de 6 años comprenda, entonces tú mismo no lo entiendes”.

Adaptando el texto anterior a tu realidad en el sector legal con tus clientes, podríamos decir:

“Si no puedes explicar o comunicar algo a tu cliente utilizando un lenguaje que un niño de 6 años comprenda, entonces tú mismo corres el riesgo de ser percibido como un profesional que no entiende lo que comunica”.

Si te identificas con algunas de las actitudes que te voy a mostrar y además te complican la comunicación, es momento de corregirlas para lograr un diálogo claro y cercano.

Primero, tienes que usar un lenguaje sencillo y accesible. Si empleas palabras rebuscadas o frases enrevesadas, tus clientes pueden sentirse confundidos y desconectados. Imagina que le explicas un asunto complejo de manera tan simple que hasta un niño lo entienda; eso es lo que debes buscar. Si detectas que tu forma de hablar es demasiado complicada, corrige ese rumbo y apuesta por la claridad:

«No se trata de rebajar tu conocimiento, sino de hacerlo comprensible«.

Es fundamental que adaptes tu mensaje a quien te escucha. Cada cliente tiene sus propios conocimientos y experiencias, por lo que no puedes esperar que todos comprendan el mismo lenguaje técnico. Si te das cuenta de que tu comunicación no llega de la manera que esperas, es una señal para que modifiques tu forma de explicar y logres conectar de verdad con ellos:

«Tú conoces a tus clientes y debes ajustar tu discurso a su nivel y contexto«.

Otro aspecto a cuidar es evitar expresiones dogmáticas. Si adoptas un tono inflexible y autoritario, es probable que tus clientes se sientan intimidados y reacios a expresar sus dudas. La comunicación debe ser un intercambio, no una clase magistral sin espacio para la opinión ajena. Si te encuentras imponiendo tus ideas sin dar cabida a la participación, es hora de suavizar el discurso y abrir el espacio al diálogo:

«La comunicación debe ser un intercambio, no una clase magistral«.

También es importante que no te centres excesivamente en ti mismo. Tus conocimientos y logros son valiosos, pero hablar demasiado de ellos puede transmitir la impresión de que solo te importa tu propia imagen. Recuerda que tus clientes buscan asesoramiento para resolver sus problemas, no para conocer tu historial personal. Si notas que en tus intervenciones te autopromocionas en exceso, redirige la atención hacia sus necesidades y demuestra cómo puedes ayudarlos:

«Tus clientes buscan asesoramiento para resolver sus problemas«.

Asimismo, procura minimizar el uso de tecnicismos. Aunque algunos términos especializados son necesarios en el ámbito legal, abusar de ellos solo sirve para complicar el mensaje. Si observas que repites conceptos que resultan confusos para quienes no están familiarizados con ellos, es momento de buscar alternativas más claras.

«La meta es que el receptor entienda sin tener que consultar un diccionario legal en cada palabra«

Cuida también el tono y la actitud con los que te diriges a tus clientes. La forma en que hablas tiene un peso enorme en la percepción que se llevan de ti. Un tono excesivamente formal o, por el contrario, demasiado informal, puede romper esa conexión de confianza. Si sientes que tu actitud es fría o distante, trata de mostrar un poco más de empatía y cercanía, sin perder la profesionalidad que te caracteriza.

«Equilibra empatía y profesionalismo para fortalecer la conexión y confianza».

Otro error común es el uso innecesario de palabras extranjeras. Aunque el latín o el inglés pueden ser parte del lenguaje jurídico, usarlos sin necesidad solo dificulta la comprensión. Si te das cuenta de que lanzas términos en otros idiomas que tu cliente podría no conocer, es preferible traducirlos o explicar su significado de forma simple. Así evitarás confusiones y demostrarás que te importa que te entiendan en su totalidad.

«Habla el idioma de tus clientes».

Es vital que evites redundancias e imprecisiones en tu discurso. Cada palabra cuenta y, al repetir ideas o usar expresiones vagas, corres el riesgo de enturbiar el mensaje que quieres transmitir. Si notas que te extiendes en explicaciones innecesarias, toma un momento para revisar lo que has dicho y hazlo más directo.

«La comunicación precisa genera confianza y muestra el dominio».

Para persuadir realmente a tus clientes, la empatía es tu mejor aliada. Ponerte en su lugar y comprender sus inquietudes te permitirá conectar de manera genuina y humana. Si sientes que tu discurso carece de esa sensibilidad, es momento de replantear tu enfoque y dejar que la empatía guíe tus palabras. Al hacerlo, lograrás que tus clientes se sientan escuchados y valorados.

«Si no eres empático al comunicarte, te percibirán como antipático».

Finalmente, revisa siempre que tu mensaje sea comprensible. Antes de dar por concluida cualquier comunicación, pregúntate si lo que has dicho se entiende tal como lo pensaste. Si detectas que algunas partes pueden llevar a malentendidos, corrige y simplifica. Esta práctica constante te ayudará a evitar confusiones y a fortalecer la relación de confianza con tus clientes.

«Pregúntate: ¿Entenderá esto una personita de 6 años?»

Por lo tanto, tú, como profesional del derecho, tienes la oportunidad de transformar la forma en que te comunicas. Si reconoces que en algún aspecto estás cayendo en errores como el uso de tecnicismos, el tono autoritario o la autopromoción excesiva, es momento de corregir esas actitudes. Adopta un lenguaje claro, directo y empático, y verás cómo mejora la relación con tus clientes, construyendo una comunicación efectiva que refleje tu verdadero dominio del tema.

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¿Adónde voy?
Una pregunta incómoda pero necesaria

A lo largo de mi carrera, he tenido muchas conversaciones con profesionales del derecho que, probablemente como tú, se han enfrentado a momentos de duda e incertidumbre. En estas charlas, me han compartido experiencias que se repiten más de lo que imaginas. Uno de ellos, por ejemplo, me confesó no estar seguro de si realmente disfrutaba su trabajo o si lo que sentía era simplemente el peso de un desgaste acumulado. Me dijo que, en ocasiones, no le gustaba cómo era cuando trabajaba: cómo reaccionaba, cómo se relacionaba con los demás, cómo parecía perderse en el camino. Y luego, compartió una frase que resuena con muchos otros profesionales: «No sé a dónde voy» .

¿Te suena familiar? Si es así, no estás solo. Muchos profesionales visionarios como tú, que día a día resuelven problemas complejos para sus clientes o diseñan soluciones para desafíos aún inexistentes, de puertas para adentro se sienten perdidos.

Hay un ruido de fondo constante, un malestar que aparece en los momentos de silencio: en casa, en el coche, en la cama. Ese ruido de fondo, casi imperceptible durante la vorágine del día a día, cobra fuerza cuando la actividad cesa. Es entonces cuando aparecen las preguntas, las dudas, la incomodidad de no saber si el problema está en lo que haces o en cómo te sientes mientras lo haces.

¿Te has detenido a escuchar ese ruido?

Ese ruido de fondo puede pasar desapercibido porque el ruido ambiental del trabajo lo solapa. Pero cuando el ruido ambiental baja, el de fondo emerge con fuerza. Si no lo escuchas, no lo analizas y no lo gestionas, puede llegar a un punto en el que se vuelva insoportable. Y cuando eso pasa, las consecuencias pueden ir desde el insomnio hasta una disminución en la calidad de tu trabajo y, en algunos casos, incluso en tu autoestima.

A veces, en conversaciones de coaching, mis coachees me dicen que culpan a su trabajo de cómo se sienten: “Es el trabajo lo que me está afectando”. Entonces les pregunto: ¿De verdad es el trabajo? ¿O es cómo te sientes cuando lo haces?

¿Te has detenido a reflexionar sobre esto?

Sé que detenerte puede parecer imposible. Me lo dicen todos: “Fernando, es que no tengo tiempo”. Y yo siempre respondo con números:

  • Si trabajas 10 horas al día durante 22 días al mes, eso suma 220 horas al mes.
  • Si dedicamos 45 minutos a la semana a una sesión de coaching, eso son 3 horas al mes.

Haz las cuentas: eso es apenas un 1,36% de tu tiempo mensual.

Entonces, te pregunto: ¿puedes dedicarte un 1.36 % de tu tiempo para detenerte, analizar, identificar y gestionar ese ruido de fondo? ¿Puedes permitírtelo para tomar el control y encontrar respuestas?

La mayoría de mis coachees, después de pensarlo, responden: “Creo que sí”. Y es ahí donde empezamos a trabajar juntos, no para que yo te dé respuestas, sino para que te ayude a apuntar tu propia linterna hacia esos lugares incómodos, pero llenos de posibilidades.

Porque si no sabes qué es lo que realmente te incomoda, ¿cómo vas a solucionarlo?

Y tú, ¿qué harás con ese 1.36 % de tu tiempo? ¿Seguirás intentando enhebrar aguja e hilo cabalgando al galope sin detenerte? Quizás hoy sea el momento de parar, reflexionar y preguntarte, de verdad: ¿a dónde voy?

¿Cuándo es tu momento?

¿Estás esperando el momento perfecto? Te entiendo. A veces creemos que llegará con un gran anuncio, con señales claras y contundentes, pero la verdad es que el momento justo puede ser ahora, mientras lees esto, o quizás dentro de 5 años, en un instante en el que el ruido de fondo te haga detenerte y recordar estas palabras.

Las oportunidades nacen cuando tienes claro que no estás sólo en este camino. Porque cuando ese momento llega —hoy, mañana o en una década— es esencial que seas consciente de que tienes a tu disposición un activo valioso, un socio estratégico, que soy yo. Estoy y estaré aquí para ayudarte a construir ese instante clave y convertirlo en un punto de inflexión.

Tu momento no está condicionado al tiempo, lo está en las decisiones que tomes.

Hasta luego, nos vemos en TU momento.