Cuando hablas con un cliente, negocias con la otra parte o lideras un equipo dentro de la firma, ¿te has detenido a pensar en lo que realmente estás comunicando? No solo con tus palabras, sino con tu tono, tu postura o incluso tu silencio. Porque la realidad es esta:
Es imposible no comunicar.
Tu lenguaje corporal, tu expresión facial, incluso tu manera de estar presente o ausente en una conversación, envían un mensaje. Y si no eres consciente de ello, puedes estar transmitiendo algo muy distinto a lo que realmente quieres decir.
Pero comunicar no se trata solo de elegir bien las palabras. Cada interacción tiene dos dimensiones: lo que dices y la relación que construyes con quien te escucha. No basta con hablar con claridad si no consideras el impacto que generas en la otra persona.
¿Tu mensaje fortalece o debilita la confianza?
¿Alinea a tu equipo o lo descoordina?
¿Te ayuda a cerrar acuerdos o genera distancia?
Además, como abogad@, te mueves en distintos niveles de comunicación. Con tus pares manejas un código compartido, donde la comunicación es simétrica. Sin embargo, cuando hablas con alguien en un rol distinto al tuyo—un soci@ con un asociad@, un mentor/a con su mentee, un profesor/a con su alumn@, abogad@ con su cliente—la relación cambia y el mensaje debe adaptarse.
Si no eres consciente de estas diferencias, corres el riesgo de que tu mensaje no llegue como debería.
Aquí está la clave: comunicar no es solo hablar, sino asegurarte de que te entiendan. ¿Cómo puedes lograrlo? Conociendo a tu interlocutor, ajustando tu mensaje y asegurándote de que ambos comparten el mismo código de interpretación.
De nada sirve gritarle a alguien que no oye.
La comunicación efectiva no es un simple detalle en tu práctica profesional, es la diferencia entre construir puentes o levantar muros. Así que dime:
¿Qué tan consciente eres de que te comunicas como realmente quieres?